jueves, 8 de abril de 2010

jueves, 1 de abril de 2010

Las flores del Balestra



En este taller también participan personas que no viven en el hogar. Como Beatriz que es muy elegante y esbelta y me recuerda a una maestra de inglés que tuve en la escuela primaria.
Nos reunimos en el comedor luego de la merienda.
El clima es de complicidad y afecto. Las que vienen de afuera son recibidas con entusiasmo y alegría. Sara , con sus 95 años es menudita y de ojos chispeantes. Uuuyyy hace mucho que estoy acá, dice, ésta es mi casa.
El cuento de la joven tejedora las atrapa y las pone en seguida en tarea. ¿Cuál es tu sueño?. Josefina hace un árbol de Navidad, primoroso, con muchos detalles.
Juana hace una señora con un tapado de muchos colores, los elige con esmero como si finalizada la mezcla de colores, el abrigo se convierta en realidad.
Alguien dibuja una puerta azul. ¿Una puerta que se abre o una puerta que se cierra? No, me dice, una puerta para ir a jugar.
Y con el juego aparecen las canciones. ¡Canciones con flores...Madreselva, Capullito de alelí, Naranjo en flor.
Cantamos todos juntos y las canciones van inundando la habitación, haciéndola más clara mientras las lanas de colores siguen bordando el maravilloso tapiz de los sueños.

Leonor recuerda un poema de su infancia




Leonor nos regala uno de los tesoros que guarda en su memoria:

La higuera (Juana de Ibarbourou)

Porque es áspera y fea,
porque todas sus ramas son grises,
yo le tengo piedad a la higuera.

En mi quinta hay cien árboles bellos,
ciruelos redondos,
limoneros rectos
y naranjos de brotes lustrosos.

En las primaveras,
todos ellos se cubren de flores
en torno a la higuera.

Y la pobre parece tan triste
con sus gajos torcidos que nunca
de apretados capullos se viste...

Por eso,
cada vez que yo paso a su lado,
digo, procurando
hacer dulce y alegre mi acento:
«Es la higuera el más bello
de los árboles todos del huerto».

Si ella escucha,
si comprende el idioma en que hablo,
¡qué dulzura tan honda hará nido
en su alma sensible de árbol!

Y tal vez, a la noche,
cuando el viento abanique su copa,
embriagada de gozo le cuente:

¡Hoy a mí me dijeron hermosa!

Las mascotas del Balestra



Final cantado en el Hogar Benvenuto



Rafa y su acordeón llenando el aire y los corazones de música

Taller de arteterapia en el Hogar Benvenuto II





A veces el sueño comienza con un nuevo nombre. Ella se llama Obdulia pero para sus compañeros del hogar es Margarita. Cuando le pregunto se ríe y le brillan los ojos levemente maquillados mientras se toma de mi brazo para acomodarse en la silla y comenzar a trabajar.
Margarita sueña con un gran baile de campo y se dibuja, reina con corona. También dibuja a su hijo que baila junto a ella y el vestido violeta para dar vueltas y vueltas al compás de la orquesta.
Juan teje una casa con árboles en el frente, le pregunto si es la casa que le gustaría tener y dice que no, que es la casa que ya tuvo.
Domingo, tal vez inspirado por los pájaros que asoman en el nido de Elsa les teje un árbol. De eso se trata, de acompañarnos. Muy despacito y con dificultad le pinta el tronco con una fibra marrón. Pone en ese tronco todo su esmero y el trazo se va volviendo más suelto, más confiado.
Marta dibuja hojas de otoño; una hebra verde, una hebra roja, una hebra marrón.
Don Lirio forma con su lana un caballo que se llama como él; Lirio. Luego nos contará de su infancia uruguaya, y los madrugones para ordeñar las vacas, para arriar el ganado.
Rafa que se ha resistido a participar pero mira con interés la tarea de los otros acepta la ayuda de Alejandro para dibujar su acordeón "la alegría de mi vida", declara orgulloso.
A la hora de destejer Susana destejería la violencia y las guerras y todos coinciden. Don Lirio recuerda los días de barro hasta las pantorrillas y las botas que se fabricaban para protegerse, el frío del campo. Al igual que Elsa, guardan en su memoria la dificultad de la vida rural.
Juan recuerda su armónica y lo que le hubiese gustado ser músico.
Como broche de oro le pedimos a Rafa una canción, dos, tres...
Y cantando cerramos este taller para irnos a almorzar.


Taller de arteterapia en el Hogar Benvenuto I




9.30hs Mañana soleada y los pomelos casi maduros en el árbol cerca de la Matera. Allí nos fuimos reuniendo para comenzar el taller.
Rafa no pudo dejar de venir con su acordeón y quedó en principio, algo desilusionado al ver que el encuentro no se trataba de música sino más bien de palabras.
Tejer, texto, texere...el cuento de La joven tejedora nos sumerge en la posibilidad de tejer nuestros propios sueños. ¿Cuáles son nuestros sueños? ¿Dónde van los sueños que dejan de soñarse? ¿ Qué nos sucede cuando en vez de seguir los propios deseos nos postergamos por deseos ajenos?
En los grupos de trabajo, con lanas de colores pegadas sobre el papel, van apareciendo los sueños de cada uno.
Alberto dice que él no sabe dibujar, y que no sabe de estas cosas. Tiene mil y un cuentos en la cabeza y los va dejando caer con picardía, como regalo para sus compañeros.
-Sabe señorita, de joven yo fui vampiro, desliza y hace una pausa para agregar misterio...es un cuentero y con esa frase ya nos atrapó a todos.
Finalmente accede a ponerse a trenzar sus hilos: un par de anteojos, una tijera, y el rostro de una "novia" aparecen en la hoja.
A su lado Susana es la reina del jardín; flores, árboles con frutos, libélulas y cuando se termina la hoja quiere una nueva para seguir tejiendo.
Elsa habla muy despacito. Hace un bollito de lana que se transforma en un nido y cuando le pregunto qué le gustaría ver allí me dice sonriendo: "pájaros" y juntas vamos buscando a esos pichones que abren sus picos en busca de alimento.

Los sueños del sapo (Javier Villafañe)


Una tarde un sapo dijo:

- Esta noche voy a soñar que soy árbol.

Y dando saltos, llegó a la puerta de su cueva. Era feliz; iba a ser árbol esa noche.

Todavía andaba el sol girando en la vereda del molino. Estuvo largo rato mirando el cielo. Después bajó a la cueva, cerró los ojos y se quedó dormido.

Esa noche el sapo soñó que era árbol.

A la mañana siguiente contó su sueño. Mas de cien sapos lo escucharon:

- Anoche fui árbol – dijo -, un álamo. Estaba cerca de unos paraísos. Tenía nidos. Tenía raíces hondas y muchos brazos como alas, pero no podía volar. Era un tronco delgado y alto que subía. Creí que caminaba, pero era el otoño llevándome las hojas. Creí que lloraba, pero era la lluvia. Siempre estaba en el mismo sitio, subiendo, con las raíces sedientas y profundas. No me gustó ser árbol.

El sapo se fue, llegó a la huerta y se quedó descansando debajo de una hoja de acelga.

Esa tarde el sapo dijo:

- Esta noche voy a soñar que soy río.

Al día siguiente contó su sueño. Más de doscientos sapos formaron rueda para oírlo.

- Fui río anoche – dijo-. A ambos lados, lejos tenía las riberas. No podía escucharme. Iba llevando barcos. Los llevaba y los traía. Eran siempre los mismos pañuelos en el puerto. la misma prisa por partir, la misma prisa por llegar. Descubrí que los barcos llevan a los que se quedan. Descubrí también que el río es agua que está quieta, es la espuma que anda; y que el río siempre está callado, es un largo silencio que busca orillas, la tierra, para descansar. Su música cabe en las manos de un niño; sube y baja por las espirales de un caracol. Fue una lástima. No vi una sola sirena; siempre vi peces, nada más que peces. No me gustó ser río.

Y el sapo se fue, volvió a la huerta y descansó entre cuatro palitos que señalaban los límites del perejil.

Esa tarde el sapo dijo:

- Esta noche voy a soñar que soy caballo.

Y al día siguiente contó su sueño. Más de trescientos sapos lo escucharon. Algunos vinieron de muy lejos para oírlo.

- Fui caballo anoche – dijo-. Un hermoso caballo. Tenía riendas. Iba llevando un hombre que huía. Iba por un camino largo. Crucé un puente, un pantano; toda la pampa bajo el látigo. Oía latir el corazón del hombre que me castigaba. Bebí en un arroyo. Vi mis ojos de caballo en el agua. Me ataron a un poste. Después vi una estrella grande en el cielo; después el sol; después un pájaro se posó sobre mi lomo. No me gustó ser caballo.

Otra noche soñó que era viento. Y al día siguiente dijo:

- No me gustó ser viento.

Soñó que era luciérnaga, y dijo al día siguiente:

- No me gustó ser luciérnaga.

Después soñó que era nube, y dijo:

- No me gustó ser nube.

Una mañana los sapos lo vieron muy feliz a la orilla del agua.

-¿Por qué estás tan contento? – le preguntaron.

Y el sapo respondió.

- Anoche tuve un sueño maravilloso. Soñé que era sapo.

La joven tejedora (Marina Colassanti)


Despertaba aún en lo oscuro, como si escuchase al sol asomándose en los límites de la noche, y pronto se sentaba a tejer.

Línea clara para empezar el día. Delicado trazo en el color de la luz que iba pasando entre los hilos extendidos, al mismo tiempo que afuera la claridad de la mañana dibujaba el horizonte.

Después lanas más vivas, lanas calientes que iban tejiendo hora a hora una larga alfombra que jamás terminaría.

Si el sol estaba demasiado fuerte y en el jardín caían los pétalos, la joven ponía en la máquina gruesos hilos grises de algodón con mucho fieltro.

Para la sombra de las nubes, elegía un hilo de plata, que en puntadas largas rebordeaba el tejido. Liviana, la lluvia venía a saludar a la ventana.

Pero, si por muchos días el viento y el frío se peleaban con las hojas y ahuyentaban los pájaros, la joven con el solo hecho de tejer con sus bellísimos hilos dorados hacía que el sol volviera a calmar la naturaleza.

Así, jugando con los aparatos de la máquina de tejer de un lado al otro y golpeando los grandes peines del telar para el frente y para atrás, la joven pasaba sus días.

Nada le hacía falta. Cuando tenía hambre tejía un hermoso pez, siempre cuidando las escamas. Y el pez estaba pronto en la mesa listo para comer. Cuando tenía sed, livianita era la lana color de leche que se mezclaba en la moquet. A la noche, después de lanzar el hilo en la oscuridad, dormía tranquila.

Tejer era todo lo que hacía. Tejer era todo lo que tenía ganas de hacer.

Pero, tejiendo y tejiendo, ella misma encontró el tiempo en que se halló sola, y por primera vez pensó lo bueno que sería tener un marido al lado.

No pudo esperar al día siguiente. Con el capricho de la persona que intenta algo desconocido, empezó a entrelazar en la alfombra las lanas y los colores que le brindarían su compañía. Y de a poco su deseo fue surgiendo, sombrero con plumas, rostro con barba, cuerpo erecto, zapatos brillantes. Cuando finalizaba el último hilo de la punta de un zapato golpearon a la puerta.

No fue necesario abrirla. El mozo puso la mano en la tranca, se sacó el sombrero de pluma y pasó a compartir la vida de la joven.

Aquella noche, acostada en el hombro del mozo, la joven pensó en hermosos hijos que tejería para aumentar aún más su felicidad.

Y fue feliz por un rato. Pero si el hombre pensó en hijos, pronto los olvidó. La razón fue que descubrió el poder del telar y no pensó en nada más que no fuera en las cosas que él le podía ofrecer.

-Una casa mejor es necesaria-dijo a la mujer. Le parecía justo, ahora que eran dos. Exigió que eligiera las más bellas lanas como adobes, hilos verdes para los batientes, y con mucha prisa para que la casa existiera.

Lista la casa, pronto la misma no le pareció suficiente.

-¿Por qué razón tener una casa, si se puede tener un palacio?- preguntó. Sin necesidad de respuesta, pronto ordenó que fuera de piedra con terminaciones en plata.

Días y días, semanas y meses trabajó la joven tejiendo techos y puertas y patios y escaleras y salas y pozos. La nieve caía afuera, y ella no tenía tiempo para llamar al sol. La noche llegaba, y ella no tenía tiempo para finalizar el día. Tejía y se ponía triste, mientras sin parar operaba los peines siguiendo el ritmo de la máquina de tejer.

Finalmente, el palacio quedó listo. Y entre tantos salones, el marido eligió para ella y su telar la más alta habitación en la torre.

-Eso es para que nadie sepa de la alfombra, él dijo. Y antes de cerrar la puerta con llave, señaló:- Falta el local para los animales. ¡Y no te olvides de los caballos!

Sin descanso, la mujer tejía los caprichos del marido, llenando el palacio de cosas lujosas, cofres, monedas, salas para los sirvientes. Tejer era todo lo que ella hacía. Tejer era todo lo que tenía ganas de hacer.

Y tejiendo, ella misma ha traído el tiempo en que su tristeza le pareció más grande que el palacio con todos sus tesoros. Y por primera vez pensó cómo sería de bueno si estuviera otra vez sola.

Solamente esperó la noche caer. Se puso de pie mientras el marido dormía con sus sueños de nuevas necesidades. Sin zapatos, para no hacer ruido, montó la larga escalera hasta la torre y se sentó a tejer.

Ahora no fue necesario elegir ningún hilo. Tomó la máquina de tejer de la forma inversa, y jugándola veloz de un lado a otro, empezó a deshacer su tejido. Deshizo los caballos, los carruajes, el patio de los animales, los jardines. Después deshizo las mucamas y el palacio y todas las maravillas que el mismo contenía. Y una vez más se encontró en la casa pequeña y sonrió hacia al jardín por la ventana.

La noche llegaba a su fin cuando el marido se despertó y no reconoció la cama dura y, sorprendido dio una mirada a su alrededor. No tuvo tiempo de salir de la cama cuando ella terminaba de deshacer el diseño oscuro de los zapatos, y él vio sus pies desaparecer, así como las piernas. Rápido, la nada subió a su cuerpo, tomó su pecho y su sombrero de plumas.

Entonces, como si escuchara la llegada del sol, la joven eligió un hilo claro. Y lo fue pasando despacio entre los hilos, sencillo rayo de luz, que la mañana reprodujo en la línea del horizonte.

Leonor cuenta sus sueños